Qué bien sé yo la fonte que mane y corre,
aunque es de noche. (San Juan de la Cruz)
La tradición ortodoxa del silencio es antigua. La raiz griega, mu, de la cual procede "místico", significa silencioso o mudo. Ya en la China antigua, Tao-Sheng había dicho: "Usad las palabras para explicar pensamientos, pero el silencio cuando los pensamientos se hayan absorbido”, y es que en la cultura zen como en cualquier otra cultura de cierto rango, la cristiana también, –las más trascendentales verdades son la no dichas-, pero esto no es exclusivo de las culturas zen o cristiana, se repite en cualquier movimiento de enpaque sea de tipo religioso o filosófico, de ahí que sea común en todos ellos promover la sustitución del uso de las palabras por el gesto. Copio de Sophia, edición de 1997 -Para preservar los beneficios del silencio, los antiguos Maestros del Zen fomentaban el diálogo por el gesto. El gesto transmite ricos mensajes visuales. Estos permanecen mucho después de que los tediosos mensajes verbalizados hayan sido olvidados.
El aparentemente simple acto de inclinarse es un gesto poderoso. Es un manera excelente de practicar el dominio de la soberbia del yo personal. Una vez un monje le preguntó al Maestro Rinzai "Cuál es la esencia del Budhismo?" La respuesta de Rinzai fue un gran rugido. Ante eso, el monje se inclinó. Rinzai dijo "Ese es un hombre con el que se puede dialogar"-.
El aparentemente simple acto de inclinarse es un gesto poderoso. Es un manera excelente de practicar el dominio de la soberbia del yo personal. Una vez un monje le preguntó al Maestro Rinzai "Cuál es la esencia del Budhismo?" La respuesta de Rinzai fue un gran rugido. Ante eso, el monje se inclinó. Rinzai dijo "Ese es un hombre con el que se puede dialogar"-.
Pero no nos dejemos embaucar, el silencio es un medio, muy poderoso, pero un medio, que ha ido trascendiendo culturas y tiempos y que ha llegado a nosotros con la misma virtualidad y preeminencia que en los tiempos remotos, y cuya experiencia está al alcance de la mano de quienquiera en cualquier parte del mundo y a cualquiera hora del día o de la noche, claro está, para ello es condición sine qua nom emprender los pasos que siguiera Julie Crhistie en la película que protagonizara y que fuera dirigida por John Schlesinger en el año 1967 “Lejos del mundanal ruido”, esto es, retirarse del aluvión de experiencias exógenas que nos invaden permanente y machaconamente para, mínimamente, encontrar los más elementales vestigios de nuestro ser más íntimo, o lo que es lo mismo, trascender “la noche” de que hablaba nuestro más renombrado