“-La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta y pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.” (Lib 1, Capítulo VIII).
El Quijote es, a mi entender, la obra magna de la literatura universal de todos los tiempos, nada hay que se le parezca, pero para ello debieron darse toda una serie de circunstancias sin cuyo concurso de todas y cada una de ellas, no hubiera sido posible que la humanidad gozara de tal maravilla. Veamos.
En los tiempos que le tocó vivir a nuestro insigne escritor, el reino de España vivía envuelto en reyertas internacionales que iniciara el reinado de Carlos I, ello trajo consigo varias consecuencias decisivas para el presente y el devenir de los siglos futuros, de una parte, la total despreocupación en la administración del propio reino –entendido éste en sentido estricto, es decir, España- con dejación absoluta de la propia articulación de la sociedad, sus necesidades y medios de producción, etc; la despoblación de hombres constantemente demandados para la guerra y, lo que es peor, la descapitalización del país ante las ingentes demandas de los gastos militares; por otra parte, y tal vez como causa de lo anterior, el corazón y espíritu
ibéricos eran víctimas y andaban revueltos entre los platónicos amoríos de las novelas pastoriles y las aventuras de las novelas caballerescas, hasta el extremo que el propio Cervantes fue víctima de una y otra. Se sabe, porque está documentado, que el mismísimo emperador Carlos I era aficionado a la novela caballeresca. Por tanto con toda esta amalgama de circunstancias y ánimos belicosos y encendidos, al nieto de los reyes católicos no le quedara otra opción que multiplicarse, ora sofocando fuegos en Flandes, ora incendiando Nápoles; de la España, de la pobre España, nadie que la vele, nadie que la ocupe, nadie que la gobierne. El ejemplo lo tenemos en el mismo Cervantes, cuando cumplidos poco más de veinte años y sin formación que se sepa, no le queda más remedio que enrolarse en la única ocupación existente al momento –los tercios-, con las desventuras y heroísmos de todos conocido y su maltrecho cautiverio durante largos
cinco años por el gran turco. Esta situación de la España de la época es perfectamente retratada y puede contractarse mediante la lectura de las novelas de corte histórico tituladas El Cautivo y La Sublime Puerta de don Jesús Sánchez Adalid.
ibéricos eran víctimas y andaban revueltos entre los platónicos amoríos de las novelas pastoriles y las aventuras de las novelas caballerescas, hasta el extremo que el propio Cervantes fue víctima de una y otra. Se sabe, porque está documentado, que el mismísimo emperador Carlos I era aficionado a la novela caballeresca. Por tanto con toda esta amalgama de circunstancias y ánimos belicosos y encendidos, al nieto de los reyes católicos no le quedara otra opción que multiplicarse, ora sofocando fuegos en Flandes, ora incendiando Nápoles; de la España, de la pobre España, nadie que la vele, nadie que la ocupe, nadie que la gobierne. El ejemplo lo tenemos en el mismo Cervantes, cuando cumplidos poco más de veinte años y sin formación que se sepa, no le queda más remedio que enrolarse en la única ocupación existente al momento –los tercios-, con las desventuras y heroísmos de todos conocido y su maltrecho cautiverio durante largos
cinco años por el gran turco. Esta situación de la España de la época es perfectamente retratada y puede contractarse mediante la lectura de las novelas de corte histórico tituladas El Cautivo y La Sublime Puerta de don Jesús Sánchez Adalid.
El influjo de la novela caballeresca llega hasta tal punto que lo que a simple vista pueda parecer producto de la ingeniosa imaginación de don Miguel de Cervantes, no es tal, la realidad era cual la pintaba la renombrada novela, y los desvaríos y cencerradas de don Alonso Quijano no eran si no fiel reflejo de la sociedad de su época –hay documentado varios casos de estudiantes en los ambientes universitarios que la emprenden a sablazos cual caballero que acude solícito a salvar el honor y la vida del infeliz- “Esto diciendo, se entró por medio del escuadrón de las ovejas, y comenzó a alanceallas con tanto coraje y denuedo como si de veras alanceara a sus mortales enemigos. Los pastores y ganaderos que con la manada venían dábanle voces que no hiciese aquello; pero, viendo que no aprovechaban, desciñéronse las hondas y comenzaron a saludalle los oídos con piedras como el puño. Don Quijote no se curaba de las piedras; antes, discurriendo a todas partes, decía:
-¿ Adónde estás, soberbio Alifanfarón? Vente a mí; que un caballero solo soy, que desea de solo a solo probar tus fuerzas y quitarte la vida, en pena de la que das al valeroso Pentapolín Garamanta”. (Lib. I, Cap. XVIII).
Con los elementos antes descritos ya tenemos gran parte de los ingredientes necesarios para el alumbramiento de la excelsa obra, pero, faltaba algo más: la necesidad, predisposición y la virtud literaria para desplegar en su elaboración tal multiplicidad de recursos, sin embargo para ello sólo hizo falta que transcurrieran unos cuantos años más y acabar así de templar y forjar el ánimo del autor entre todo tipo de suertes y desventuras; lo demás estaba dado, ya en la decrepitud de su vida, comprendió la ironía de toda su azaroso malvivir, y riéndose de sí mismo y su suerte, inició a escribir, sin saberlo, la gran obra universal: -El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha-, con mucho de autobiografía de la que se reía con saña a través, unas veces, del propio Don Quijote, otras, a través del mismísimo Sancho, y siempre de la sufrida España, a cuya gloria contribuyó con la espada, con su actitud y con su pluma. Le dolía España, le dolía su historia y le dolía su gente, y por ello, hizo lo que solamente estaba en su mano hacer –reescribirla para goce y disfrute de la humanidad entera-. Se sabe que el fundador del Estado de Israel y Primer Ministro, David Ben Gurión aprendió castellano con la única finalidad de leer el Quijote en su lengua original.
Decía Cicerón “No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños” o lo que es lo mismo en jerga algo más casera “el pueblo que no aprende de su propia historia está condenado a revivirla”. Nada nuevo bajo el sol, el Principio de Peter (*) desde los tiempos de los Reyes Católicos.
(*) El Principio de Peter tal como fuera formulado por Laurence J. Peter viene a describir que en toda estructura, del tipo que fuere, el hombre en sus legítimas aspiraciones continúa en ascenso constante hasta llegar a alcanzar lo que llama su nivel de incompetencia, de suerte, que en todas las estructuras, y en la sociedad también, los que han logrado alcanzar este nivel entorpocen y dificultan el desenvolvimiento normal y provechoso de las relaciones.
(*) El Principio de Peter tal como fuera formulado por Laurence J. Peter viene a describir que en toda estructura, del tipo que fuere, el hombre en sus legítimas aspiraciones continúa en ascenso constante hasta llegar a alcanzar lo que llama su nivel de incompetencia, de suerte, que en todas las estructuras, y en la sociedad también, los que han logrado alcanzar este nivel entorpocen y dificultan el desenvolvimiento normal y provechoso de las relaciones.
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