En los ámbitos peregrinos es máxima que la mochila no lleve siquiera lo necesario, antes “echar en falta” que un “por-si-acaso” y todo ello con el único objetivo de aligerar peso en las eternas y asolanadas caminatas hacia Santiago de Compostela. Esto viene a colación porque si en mi anterior artículo que insertó este medio, la motivación era manifiesta a la vista de su contenido, no sucede igual en esta ocasión, donde hay un contenido y una motivación mediata que lo justifica, pero detrás se oculta una motivación inmediata que pertenece a mi más íntima manifestación implícita y explícita, y a la vista de estos prolegómenos, les puedo asegurar, que en ello no va ni el reconocimiento social ni la aprobación o desaprobación de mi buena o mala prosa –sería mucho peso para el camino una mochila con tanto “por-si-acaso”, sencillamente pertenece a mis necesidades de tipo más antropológico.
Pues bien, siguiendo con toda la argumentación que subyacía en el artículo en memoria de nuestro malogrado Segura (q.e.p.d), hete aquí que la historia no se cansa de recordar tantos y cuantos Principios de Peter y cuantos y tantos don Diego García de Paredes. Este no deja de ser uno más.
Todos los pueblos tienen su memoria colectiva y será tanto mayor cuanto más avanzada sea la edad del pueblo, a mi memoria y a la memoria de
tantos otros pertenecen personajes de la escena villanovense de los años 60 ó 70 que han dado vida con su sólo hacer a toda una ciudad, de esos, algunos ya han fallecido con más pena –y absolutamente nada de gloria- cuando la gloria les reclamaba un lugar propio por haber protagonizado un momento de la gloria de la colectividad. Estoy pensando y no es necesario pensar mucho para llegar a esa conclusión, en un lugar concreto, - el viejo campo de fútbol de tierra enclavado en la antigua era de Cagancha- y, actualmente polígono industrial, denominado no sé si de manera un tanto petulante “ Santiago”, que tenía la honrosa virtud de servir para múltiples usos, de suerte que entre semana era doblemente aprovechado: las mañanas - para guarecer cabras y las tarde-noches para entrenos de las estrellas balonpédicas-, mientras que los domingos… ¡…los domingos ya era otra cosa!, preservado en exclusividad con
bendición y sanción para afirmación explícita y manifiesta del éxtasis colectivo de la parroquia futbolera, entre la que se incluía el que suscribe.
tantos otros pertenecen personajes de la escena villanovense de los años 60 ó 70 que han dado vida con su sólo hacer a toda una ciudad, de esos, algunos ya han fallecido con más pena –y absolutamente nada de gloria- cuando la gloria les reclamaba un lugar propio por haber protagonizado un momento de la gloria de la colectividad. Estoy pensando y no es necesario pensar mucho para llegar a esa conclusión, en un lugar concreto, - el viejo campo de fútbol de tierra enclavado en la antigua era de Cagancha- y, actualmente polígono industrial, denominado no sé si de manera un tanto petulante “ Santiago”, que tenía la honrosa virtud de servir para múltiples usos, de suerte que entre semana era doblemente aprovechado: las mañanas - para guarecer cabras y las tarde-noches para entrenos de las estrellas balonpédicas-, mientras que los domingos… ¡…los domingos ya era otra cosa!, preservado en exclusividad con
bendición y sanción para afirmación explícita y manifiesta del éxtasis colectivo de la parroquia futbolera, entre la que se incluía el que suscribe.
Estoy pensando en los albores del C.D. Villanovense y en un niño de 10 años, en una liga regional donde los equipos de élite se llamaban Ilipense, Llerenense o C.D. Sociedad Obrera y en personas con rostro y nombre propio que lo mismo cabalgaban entre montículos y sotos tras una pelota que empujaban una carretilla en cualquier fábrica de la época. Allí sudaron, rieron y lloraron, personajes cinematográficos como Romero II “alias Penalty” (Pedro) que tenía la honorable virtud de trotar las bandas como un “pura sangre”, tropezar en las inmediaciones al área en sus propias botas y de todo ello extraer el sabroso premio de una “pena máxima”, de ahí su “alias”. Todo un penoso y lacerante castigo para el contrario. Estoy pensando en personas como Gallareta (q.e.p.d), Romero Galán, Sánchez, Gabriel, Luis, Emilio -the wall-, Santi (quien llegó a creer que el pasaporte para Alemania se tramitaba administrativamente sin necesidad de visado consular mediante patada a los redondos bajos arbitrales ), Alvarito, Guripa, Rodri. Estoy pensando en aficionados de la talla de Lolín “cabreao hasta la injusticia” ante cualquier sofisma irresoluble perteneciente al mundo del fútbol cainita, del malogrado Paco “ruymal” (q.e.p.d) con su feliz eslogan “la cigüeña los trae, ruymal los viste”, más cabreao que el anterior, y todo, porque mirándose uno y otro a la cara, “in crescendo” mimetizaban las palabras hasta enardecerse ad infinitum, a lo que ponía colofón, sentando sentencia y jurisprudencia el también malogrado Vilches (q.e.p.d) con su sempiterno paraguas y traje con la raya impolutamente planchada.
En fin, que pasaron los años, se hizo la paz después de la guerra, el niño se hizo mayor y un día le dio por recordar, y entonces cae en la cuenta y se acuerda de Laurence J. Peter y se acuerda, además, de don Diego García de Paredes para quien arrancar de la piedra losada los enrejados de hierro fundido en los ventanales de las doncellas del siglo XV era cuestión menor, y de nuevo aquí estamos con la historia, recociéndola que es, en grado, mayor que revivirla hasta que, a algún o algunos, se les o se nos, encienda la apagada bombilla y por fin se haga la luz en noche tan oscura que haga posible el regreso de los peregrinos a Santiago que no Compostelae sino “Cabrae”.
(*) Para quienes no hubieren leído el artículo anterior y para quienes habiéndolo leído lo hayan olvidado, les alecciono o recuerdo, respectivamente, que el Principio de Peter tal como fuera formulado por Laurence J. Peter viene a describir que en toda estructura, del tipo que fuere, el hombre en sus legítimas aspiraciones continúa en ascenso constante hasta llegar a alcanzar lo que llama su nivel de incompetencia, de suerte, que en todas las estructuras, y en la sociedad también, los que han logrado alcanzar este nivel entorpocen y dificultan el desenvolvimiento normal y provechoso de las relaciones.
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