POÉTICA


Dormía y soñé
que la vida
era alegría.
Desperté y vi,
que la vida
era servicio.
Serví y comprendí,
que el servicio
era alegría.
RABINDRANATH TAGORE

...

Nace un niño, y entera
la madre a todo el mundo del contorno.
Hay pimentón tendido en la ladera,
hay pan dentro del horno,



y el olor llena el ámbito, rebasa
los límites del marco de las puertas,
penetra en toda la casa
y panifica el aire de las huertas.

 ....
está el agua que trina de tan fría

en la pila y la alberca

donde aprendía a nadar. Están los pavos,

la Navidad se acerca,

explotando de broma en los tapiales,

con los desplantes y los gestos bravos

y las barcas con ramos de corales.

las venas manantiales

de mi pozo serrano

me dan, en el pozal que les envío,

pureza y lustración para la mano,

para la tierra seca amor y frío.

...




Fragmentos de El silbo de afirmación en la aldea.
MIGUEL HERNÁNDEZ.

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Me acercaré a tu alma de puntillas,
con el pasmo y respeto
de quien contempla, desde la hondonada,
un águila caudal en pleno vuelo.
Mi voz, hecha plegaria,
te dirá, en un murmullo, todo eso
que en el alma solloza...muy despacio,
me alejaré en silencio,
dejando entre tus manos
de santo y de maestro,
en cálido homenaje,
los únicos tesoros que poseo:
una rosa...una lágrima...
y estos sencillos versos...

Montserrat Maristany


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Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.

Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.

Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.

Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.

Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.

Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.

Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.

 Toda la gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.

Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y un mundo de miel.

Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.

Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.


Las abarcas desiertas.
MIGUEL HERNANDEZ. 

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Extremadura.


Prólogo

A veces  pienso si Dios es extremeño
y bien sabéis que no hablo por hablar, acúciame
 la urgente necesidad de ser exacto y, sin embargo,
 confieso mi indolencia, no soporto la argucia de
quien hablando dilapida su verbo para embaucar
 o mentir, dime si no es cierto el duro dolor
 que se adhiere a la inteligencia del que siendo
 nato pretende balbucear su topónimo y  pese
a ser ingrato, su sola alusión apenas comprende
 ni sirve no más  para emplazarla geográficamente
 en vano se esforzará en reducir sus contrapuestas
 diversidades, las excentricidades,
 tan escaso ropaje para tanto exceso de materia.
  I
No hubo verso ni queda nadie que alcance a conocer
y referir su verticalidad y anchura, sus aparentes mañanas
de encinares quedos que alivian y mecen el caminar del pasajero,
las recónditas piedras que se estremecen
 de la belleza que contemplan en la intimidad de cada tarde.
Un lugar perdido en la clausura del tiempo, la memoria
 que atesora los silencios de los campanarios,
 sus fieles meandros, su campiña agreste, las sierras
que tranquilizan a las nubes que tímidamente
se detienen para no perturbar lo que no puede modificarse
y en sus entrañas, adentro, para siempre me pierdo
varado en la oquedad de sus sentimientos,
¡ ay! si yo pudiera un momento contemplar y percibir
tal vez sentado en el cielo desde Gata hasta los límites de Ávila
descendiendo el paisaje rayano, los pizarrosos hurdanos, sus alquerías
los jerteños y veratos, los verdes prados de las sierras de San Pedro
los llanos esteparios de la blasonada Trujillo hasta llegar a las profundidades
de las Villuercas con sus montes sinuosamente elevados,
es menester  esperarse, no es posible seguir caminando
mira las aves y tal vez aciertes a comprender porqué buscan sus inviernos
 no se cansan de volar los cielos más diversos
no comparan, aprecian los detalles y saben estimar
cuanto de valor tiene cada minucioso instante extremeño
en una tarde un campo que ora en silencio, una brisa
que reivindica la pertenencia a sus calmos huertos, y no obstante
reinicio mi camino hacia los pantanos manados de aguas
claras y pusilánimes, aorillado en los fiordos de Cíjara
 me olvido del transcurso de los días, absorto en los cuentos
a cada golpe de olas las gaviotas con sus graznidos violentos
 me devuelven al despertar, a sus herrumbrosas casas
los flameados jarales, el sol que trasciende los lagos
entre puntillitas blancas y mariposas de colores,
 y porque quien se detiene deja de ser viajero
 remonto la Siberia y de parte a parte la solanada Serena
 toda la Campiña Sur desde Hornachos hasta Llerena
  la Tierra de Barros con sus olores penetrantes
y nuevamente el silencio envuelve mis pensamientos
hay en el aire vestigios de guerra y corazones palpitantes
santidades, herraduras, musulmanes llantos, la cruz y la luna
que se disputan el suelo metro a metro, es el plácido
sueño que pasa, el olor del azahar, la cálida oración
que unos y otros obstinados recitan en sus almas y
 entre celosías aguardan el milagro, el receso de la mañana,
y lloro al saber que no es más santo uno que otro
¡ cómo sino iba yo a contraponer sus plásticas torres
 a las austeras murallas, numerarlo todo hasta
 la infinidad, ajedrezarme en los sutiles aderezos
 en las aromancias del desierto, las adivinanzas
los cuentos de soledades, los axiomas arabizantes
esa congénita dulzura de la mirada que se pierde
 en el sueño del anacoreta, la fragancia de los patios
 con sus cerámicas de mosaicos, los regatos sigilosos,
 las siestas entre cales blancas!
 Hay en la sombra una encendida llama, un eco
en sus monasterios, una música que callada
nutre los verdes prados de alquímica remembranza,
entre nieblas y muflones, buitres leonados y alimoches
me alimento de las silvestres castañas, de los níscalos que entre veredas
ofrenda las umbrías laderas de sus bosques,
en el musgo a la ribera de las sonoridades de las gargantas
a la primavera el florido cerezo se detalla
con su colorido ingrávido que trasmuta el valle todo
    adquiriendo perfiles de realeza.
Un viento gélido del norte, una sinuosa tormenta
en las cumbres del Monfragüe esbelta el águila
cruza el arco del cielo acechando las riberas de un Tajo
que se desliza entre canchales,  profundo, oscuro y mistérico
para adentrarse en San Julián del Pereiro y traspasar después
 la rayana portuguesa y a sus espaldas un halo de languidez
envuelve los alcornocales y en un sueño que antes que llega pasa
 la tarde  sola se queda vestida de encajes, y
 porque el viajero que se detiene deja de ser viajero
reemprendo una antigua costumbre de hollar
los caminos, las cañadas, los arriates, 
las calzadas, los senderos y coladas
 y en la imperialidad de Guadalupe
bajo los balconados de madera, sobre la piedra losada
encuéntrome una noche preñado en la luminosidad de sus misterios,
en las estribaciones de los Montes de Toledo
 donde a la sombra del fresno otrora el insigne Cervantes
 a la Morena postrado ofrendara los grilletes después de su cautiverio
allí quedeme dormido, allí desperté de mis sueños
sentí que la tierra es un mundo y su verde yerba un deseo,
tuve ocasión de abrazar el suelo y pudo más la necesidad
de trocarme en suave brisa para volar y a la vez rozar
gravitando aquí y allá, este y todo momento
en sus frondosos valles aromados de tabacos, fresas y pimientos
 en las torrenteras que emergen de entre robledales espesos,
fue en Tentudía donde aprendí a catar el silencio, en sus calvas serranías
entre los muros de sus conventuales, en las plazuelas
 abiertas a un solo cielo, bajo los ajardinados balcones
a la frescura del naranjo y un limonero
allí, entre ibéricos, diéronme a degustar  la viscosidad de sus caldos
el paladar, la textura, el color,  la densidad y el efluvio de sus vinos
 nunca más volvió a interesarme la vida de sus templarios y
las heroicidades, las gestas que aún hoy no se saben
de calatravos, santiaguistas y alcantarinos,
desde entonces vago de noche en noche
 el día es mi florido lecho.
 La Luna... ¡ ay, la Luna!
la Luna es quien mejor me conoce.



Epílogo

  
¡ Ilustre y animoso pasajero
si osas andar esta tierra
camina despacio y alerta
no cejes nunca en tu empeño
no sea que por siempre
cautivo de ella quede tu vuelo!

A.T.P.
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