-Si hablas con el pueblo, y guardas la virtud
si marchas junto a reyes, con tu paso y tu luz-
si marchas junto a reyes, con tu paso y tu luz-
-todo lo de esta Tierra será de tu dominio,
y mucho más aún …¡ Serás HOMBRE, hijo mío !-
y mucho más aún …¡ Serás HOMBRE, hijo mío !-
(fragmentos del poema Si de R. Kipling)
Hay cosas que me ponen, no se qué, pero me ponen, de ellas, entre las que más, la injusticia y la ingratitud. Llegará la fecha, no sé cuando la verdad, en que hablemos y nos ocupemos de los personajes y los hechos -posthistóricos-, pero hoy por hoy, nos toca actualización de contenidos y repasar historia, siglo a siglo. Veamos con qué nos encontramos. Abro la lección y… ¿a quién veo? ¡Uhmm, Atli!... Buena piedra de toque, empezemos.
Por Atli es conocido y venerado en los cantares de gesta escandinavos y nibelungos el que, en los países pertenecientes al antiguo imperio romano, ha pasado a ser el miedo de los miedos y terror de los terrores de occidente, el
azote de Dios, el bárbaro, el impío, la ferocidad: - Atila- . Sin embargo todos estos y muchos calificativos más distan mucho de la realidad, y si no, atenta lectura y posterior contrastación de datos.
azote de Dios, el bárbaro, el impío, la ferocidad: - Atila- . Sin embargo todos estos y muchos calificativos más distan mucho de la realidad, y si no, atenta lectura y posterior contrastación de datos.
Cuando los diferentes pueblos procedentes de Oriente comienzan a invadir Europa, empujados por los Hunos, Roma a fin de preservarse la integridad del Imperio –que en eso de la diplomacia fue única-, negoció con Mundzuk –rey y padre de Atila- unos tratados bilaterales de no agresión en virtud de los cuales, entre otras cosas incluía que, herederos de distinguidas familias patricias de Roma se trasladarían a vivir y recibir educación entre los Hunos, mientras que distinguidos descendientes de aquellos se trasladarían a Roma a formarse conforme a los cánones de occidente –entre los primeros, se encontraba el que posteriormente fuera conocido como el último romano, el
brillante general Flavio Aecio, entre los segundos, el mismísimo Atila-. De suerte que estamos ante un personaje de una refinada cultura –además de la propia, dominaba el latín y el griego, hablado y escrito-, con –como se conoce ahora-, coeficiente intelectual fuera de lo común, y una formación e integridad humana al alcance de muy pocos. Veamos algunos ejemplos. Cuando el imperio huno rebosaba en riqueza gracias a los tributos a que estaba sometido el mundo conocido, toda su corte vestía en sedas, comía en vasijas de oro y adornaban sus espadas con piedras preciosas, excepto Atila que comía en cuenco de madera y vestía ropas modestas pero –extremadamente límpias-, y para ejemplo copio a continuación lo que el historiador Prisco, relata: “Se había preparado una lujosa comida, servida en vajilla de plata, para nosotros y nuestros bárbaros huéspedes, pero Atila no comió más que carne en un plato de madera. En todo lo demás se mostró también templado; su copa era de madera, mientras que al resto de nuestros huéspedes se les ofrecían cálices de oro y plata. Su vestido, igualmente, era muy simple, alardeando sólo de limpieza. La espada que llevaba al costado, los lazos de sus zapatos escitas y la brida de su caballo carecían de adornos, a diferencia de los otros escitas, que llevaban oro o gemas o cualquier otra cosa preciosa”, es decir, el venerado rey, haciendo galas de austeridad y temple, mientras que su pueblo se jactaba de nadar en la opulencia.
brillante general Flavio Aecio, entre los segundos, el mismísimo Atila-. De suerte que estamos ante un personaje de una refinada cultura –además de la propia, dominaba el latín y el griego, hablado y escrito-, con –como se conoce ahora-, coeficiente intelectual fuera de lo común, y una formación e integridad humana al alcance de muy pocos. Veamos algunos ejemplos. Cuando el imperio huno rebosaba en riqueza gracias a los tributos a que estaba sometido el mundo conocido, toda su corte vestía en sedas, comía en vasijas de oro y adornaban sus espadas con piedras preciosas, excepto Atila que comía en cuenco de madera y vestía ropas modestas pero –extremadamente límpias-, y para ejemplo copio a continuación lo que el historiador Prisco, relata: “Se había preparado una lujosa comida, servida en vajilla de plata, para nosotros y nuestros bárbaros huéspedes, pero Atila no comió más que carne en un plato de madera. En todo lo demás se mostró también templado; su copa era de madera, mientras que al resto de nuestros huéspedes se les ofrecían cálices de oro y plata. Su vestido, igualmente, era muy simple, alardeando sólo de limpieza. La espada que llevaba al costado, los lazos de sus zapatos escitas y la brida de su caballo carecían de adornos, a diferencia de los otros escitas, que llevaban oro o gemas o cualquier otra cosa preciosa”, es decir, el venerado rey, haciendo galas de austeridad y temple, mientras que su pueblo se jactaba de nadar en la opulencia.
En los Nibelungos aparecen varias escenas que retratan su personalidad, en una de ellas, Atli asiente sentir verdadera veneración por Teodorico – I -, y en su admiración dice de él: “Cuando Dios creó la fuerza la partió en dos mitades, una la repartió entre la humanidad, la otra se la entregó a Teodorico”, y Teodorico – para su pueblo Teodoredo- a decir de él nunca blandió espada y se servía únicamente de un sencillo báculo –más propio de hombre perteneciente a la sabiduría y a la ciencia que no a la guerra-, y no obstante, era rey de los visigodos francos.
Pues bien, hay dos hechos en la historia de Atli que de no haber sido por sus refinadas cualidades humanas no hubieran sido posible y habrían cambiado por completo el curso de la historia. El primero su derrota en la batalla de los campos cataláunicos, donde encontró la muerte su admirado Teodorico y él la derrota a cargo de su amigo, el general Flavio Aecio. Uno y otro se conocían perfectamente, uno y otro conocían sus estrategias de guerra y, además, cada uno sabía que el otro lo conocía, con lo cual, si Atila sabía que Aecio conocía sus artes ¿por qué las empleó? sabiendo de antemano que la batalla así planteada estaría perdida, y no obstante, lo hizo ¿por qué? ¿tal vez por fidelidad a su pueblo y tradiciones? Pudiera ser, pero me resulta difícil de asumir.
Pero mucho más difícil de admitir es la versión que la historia nos ha legado sobre la causa por la que Atli renunció a arrasar el imperio romano de cabo a rabo con lo que hubiera finiquitado el imperio de un plumazo y hubiérase convertido en el soberano del universo. Se dice que fue convencido por el Papa León I a cambio de tributación, y no resulta en absoluto nada creíble, sencillamente, por cuanto que por mucho oro que le hubiera prometido el Papa, nunca hubiera sido comparable con el que hubiera encontrado en las mismísimas minas, y las minas de oro estaban a su alcance. Tampoco es admisible la teoría basada en la carismática personalidad del propio Papa. Mucho más factible, máxime teniendo en cuenta sus mismas palabras recogidas en los Nibelungos, resulta que en la figura de León I –Papa- viera algo más que un simple hombre aderezado con los atuendos eclesiásticos, y su convencimiento llegara no por vía de las palabras, ni tampoco de las riquezas, si no por vía del corazón. El mismo corazón que le hizo perder la batalla de los campos cataláunicos.
Hay un libro que cayó en mis manos hace más de treinta años cuyo autor no recuerdo y que ni siquiera he podido encontrar donde todo se encuentra – la red- que llevaba por título “Personajes Malditos de la Historia” y, como no podía ser menos, entre otros tal vez éstos sí con razón, allí estaba el mismísimo Atli con toda su retahíla de azote de la cristiandad, feroz quemahierba, asesino y bárbaro. Cuando todo ello -tal vez fuera cierto- solo respondía a una estratagema militar, la misma que los marines ingleses -entre otros ejércitos- utilizaron con ocasión del conflicto de las Malvinas y no por ello han pasado a ser los ingleses personajes malditos de la historia. O me equivoco. En fin, que el lector saque sus propias conclusiones. ¿Hablamos otra vez del Principio de Peter? No me apetece y creo que al lector tampoco, además, sinceramente, visto lo dicho, creo no ser necesario.
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