domingo, 24 de julio de 2011

La palabra imprecisa - I bis -


-LA PALABRA(*) ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO- así rezaba uno de los poemas del ya fallecido Gabriel Celaya, muy renombrado en los años postreros de la dictadura franquista y que, yo mismo, he recitado en múltiples ocasiones al amparo de los acordes musicales de Paco Ibañez,  sin embargo,  justo es decirlo, el bosque solamente es apreciable en su integridad visto en perspectiva, una vez adentrado en él cuatro árboles plantados pueden darnos la impresión de internarnos en la Amazonía, y digo esto, porque a la vista del contexto, tal vez tuviera razón el poeta vasco, pero extraídas de su época social y cultural -esto es- pasados los años, la palabra, unas veces suena a rancia, otras a vacuidad, y pocas, muy pocas con sentido y contenido.
     Hay una cita cuyo autor desconozco y que la oí por primera vez  en boca de la entonces primera dama de la política nacional, Carmen Romero  que, en una entrevista, decía  -el hombre es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice-, y es que, siempre, siempre, siempre los silencios han  expresado más que las palabras, otra cosa distinta es que, en ciertas coyunturas históricas, el hombre
pierda el norte y comience a merodear sobre sí mismo, sin lugar adonde ir y sin saber de donde procede, son los momentos de contracción en la evolución de la especie, sucedió en la época de la fisolofía griega, sucedió también con la civilización romana y se repite con cada una de las distintas culturas y, lo curioso es que siempre coincide con los momentos de mayor decadencia y degradación social de cada una de ellas, en consecuencia, o uno es fruto del otro o el otro es fruto del uno. Cada cual extraiga sus conclusiones.
Y es que visto así, el bosque, ya cobra su verdadera dimensión y la palabra

 
deja de ser un arma cargada de futuro  -lo siento amigo Celaya tal vez tuvieras razón en ese instante pero te constreñistes a tu propio momento y ello no te ha permitido trascender lo necesario para estar vigente en cada una de las culturas que te sucedan. En cualquier caso, te profeso admiración, aunque me vea en la obligación de matizarte-. Veamos…

La civilización es el resultado de una agregación de hechos y  obras, de tal modo, que nuestro presente con el grado de bienestar que gozamos no es otra cosa que el resultado de la labor de cuantos nos precedieron con sus logros, siendo así  que si nos propusiéramos numerar haríamos una lista infinita de hombres que a lo largo de la historia de la humanidad contribuyeron a que ahora, en este preciso segundo, me encuentre frente al ordenador intentando escribir lo que estás leyendo, pero lo importante -repito- no son los hombres, si no sus obras, los hombres adquirieron la importancia dado lo importante de sus obras, y no al revés. Traigamos al azar  un personaje cualquiera, por ejemplo, Albert Einstein, y a continuación preguntémonos ¿de qué conocemos a Einstein, fue precisamente por sus palabras o, en cambio, lo fue por sus obras? En este caso, el científico más célebre de la humanidad  lo es por razón de sus logros, como no podría ser de otra manera. Sus palabras, desgraciadamente, son las que son y no son más, pero sus silencios, valen tanto o más que sus palabras, valiendo aquellas mucho. Ejemplo paradigmático de adonde quiero llegar, por qué, porque sus palabras siendo –repito desgraciadamente- pocas, cuando las leemos rezuman consistencia, sabiduría o templanza por la sencilla razón de que son palabras medidas al juicio de una razón y fruto de ella. En este caso, la cita de doña Carmen Romero no digo poco sino ningún  sentido tendría, por cuanto, que el personaje es soberano de sí mismo, sus actos, sus silencios y sus palabras y, en consecuencia, resulta  inimaginable constreñirle a la esclavitud de sus palabras, de ser así, nunca hubiera alcanzado el cenit de la ciencia, por la misma razón,  cuanto calló lo fue porque no mereció la pena ser dicho.

Y, sin embargo, nos encontramos ante otra coyuntura histórica, otro hito o punto de inflexión en el devenir de los tiempos donde el hombre comienza a merodear sobre sí mismo como perro que fuera a defecar y vemos que va a hacerlo porque comenzó a girar sobre sí mismo, entonces la palabra se vuelve autómata, toma vida propia y se adueña del hombre, y entonces sí, entonces viene a colación la cita de doña Carmen Romero pero no para defender que sea un arma cargada de futuro como predecía el poeta de Hernani, sino antes al contrario, para defender que -EL FUTURO SE LO HA CARGADO EL ARMA DE LA PALABRA-. 

(*) la poesía.

 

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