-Me duele el alma- fueron las lastimeras palabras que pronunciara en su lecho de muerte el lugarteniente de Hernán Cortés, Pedro de Alvarado, y no es de extrañar a la vista de la impiedad con que se hizo notar en su camino por el Nuevo Mundo pese a que en la hoja de su espada pudiera leerse la inscripción: “Sácame con valor, enváiname con honor”. No cabe duda que toda colonización es hecho controvertido, y ésta más que otras, por múltiples motivos agravado además por actuaciones poco afortunadas y la presencia de algunos personajes de siniestro recuerdo, si bien, en su descargo, cabría alegar tanto la imperiosa necesidad que les empujara a muchos a emprender tan osada aventura, como las vicisitudes y calamidades en que hallarónse inmersos.
El hombre es hijo del universo de sus circunstancias de tal suerte que son éstas las que le moldean para acabar siendo su resultado. Entre Europa y América median nueve mil kilómetros y el segundo mayor océano del planeta, en consecuencia, uno y otro surgen en el origen de la vida como dos mundos emergidos con su propia evolución a la luz de las circunstancias que de todo tipo los moldearon; sus hombres, aquellos y éstos, como también la fauna o la flora, el clima o la orografía, dispares por adaptación de cada uno a su medio, motivo por el cual cabría calificar la colonización americana como una confrontación de mundos, un verdadero cataclismo, el mayor cataclismo hasta ahora conocido, tan sólo comparable en nuestros tiempos con una hipotética colonización del planeta por parte de seres de otras galaxias, sólo así cabría entender la reacción de Moctezuma coronando a Hernán Cortés con el tocado del dios Quetzalcóatl. Porque ¿Qué otra reacción podría haber tenido ante hombres tan desiguales a ellos con pertrechos de guerra y monturas nunca antes vistos y que les trocaban en poderosos e invencibles? A mi entender más que de superstición, la actitud del emperador méxica fue de prudencia, porque sino, cómo justificar que ese encuentro entre uno y otro, hubiera de ser forzado por Hernán Cortés mediante las armas ante la actitud del azteca que había rehusado en varias ocasiones el encuentro amistoso solicitado mediante emisarios. Un creyente nunca
Tenochttilan (1)
rehusaría ni a su dios ni a ninguno de sus enviados, por tanto, no es admisible, tal teoría. Moctezuma sabía, pues, a qué se enfrentaba, luego los acontecimientos posteriores así lo confirmaron incluido la epidemia de viruela que diezmó la población casi hasta el exterminio y, para muestra, copio literalmente un fragmento escrita por Prudencio Sandoval en 1519: “Espantáronse los isleños de ver aquella flota y metiéronse al monte, dejando desamparadas sus casas y haciendas…”
Cuando con 17 años, sale de su villa natal, Medellín, para embarcarse en la expedición que lo habría de conducir hasta la isla La Española (hoy República Dominicana), Hernán Cortés lo hace con un tobillo dislocado y seria amenaza de tener que suspender por enésima vez tan ansiada aventura, y todo, por cumplimentar plañidero trámite en la morada del escribano en lo que parecía ser su “roman d`amour” con la fedataria y, hallándose en ese comprometido lance, les sorprendiera el distinguido funcionario, por cuya causa y de guisa poco presentable, hubo de lanzarse por el balcón con sus personales pertenencias, bajo el brazo, en hatillo. Corría la primavera del año de Nuestro Señor de 1504; el reinado de Isabel y Fernando viviendo su máximo esplendor con la incorporación de las islas canarias a la corona como también el reino de Nápoles o la Cerdeña, y de una costa a otra de la Iberia en los hogares más distinguidos de la nobleza, entre narraciones y chismorreos sobre las andanzas y venturas caballerescas de familiares y conocidos, los aromas a café, pimientos, cacao y otros exotismos llegados de ultramar encendían, por momento, los espíritus de las fortunas venidas a menos ante la esperanzadora y salvífica promesa del Nuevo Mundo. Colón pronto había de emprender el regreso de su último viaje, un año antes, en este ambiente menos dado a la reflexión que a la gloria, abandonaba sus estudios en Salamanca con el grado de bachiller.
Moctezuma
En la historia de la colonización americana, dos figuras, a mi entender, son esenciales sin cuya presencia no hubiera sido posible o, al menos, lo hubiera sido de modo muy diferente; la primera la de Cristóbal Colon por su intrepidez y, segunda y fundamental, la de Hernán Cortés Pizarro.
No es fácil hallar personaje en quien confluyan tal cúmulo de virtudes sin las cuales no hubiera sido posible consumar empresa de tamaña embergadura; de su osadía encontramos buena prueba en el capítulo VIII del segundo libro del Quijote, cuando el autor en una sucesión de preguntas, se formula -¿quién barrenó los navíos y dejó en seco y aislados los valerosos españoles guiados por el cortísimo Cortés en el Nuevo Mundo?- hecho que tiene lugar para evitar la deserción de su tropa ante las serias amenazas de los dos frentes que se avecinan, de una parte, el del todopoderoso y temido en la Mesoamérica imperio azteca, y de otra, el también poderoso gobernador Diego Velázquez; de sus dotes de elocuencia y persuasión toda su vida está jalonada con hechos que así lo corroboran, comenzando en Medellín con el percance en el hogar del notario, siguiendo con el reclutamiento de todo un ejército en Cuba contraviniendo al mismísimo gobernador, las continuas alianzas con las diferentes culturas, fundamentalmente, en Tlaxcala, para así poder afrontar la irrupción en el imperial Tenochtitlán, o el mismo proceso en que se vió envuelto cuando en 1528 fue destituido como gobernador y capitán general de la Nueva España (México) y enviado a la península y del que salió absuelto, como no podía ser de otra manera. De su generosidad encontramos pruebas más que suficientes como, por ejemplo, cuando en Quiahuiztlán es nombrado capitán general, en contra de su propia voluntad, para de esta manera la nueva población totonaca no depender del gobernador Velázquez sino directamente del rey.
Malinche
No obstante lo anterior y para no hacer la lista más prolija a los solos efectos de evitar una lectura más engorrosa, cabrían en su debe, alegar tanto la permisión en la tortura de Cuauhtémoc, si bien cuestionándose hasta qué punto no se vió forzado por la sed de venganza y oro de su tropa, como también, de los hechos que dieron lugar a la noche triste, la rebelión del pueblo méxica contra Moctezuma así como contra los españoles y su posterior cuasiexterminio, más que demérito de Cortés habría que atribuirlo, entre otras muchas medallas, al desatino de su capitán, Pedro Alvarado.
Mención aparte merecería la controvertida Malinali, mujer inteligente y sagaz, a quien Cortés toda la vida le debería haber estado agradecido.
Quizás la montaña de los tres tiempos me ha confiado tres secretos: la gratitud hacia el pasado, la disponibilidad hacia el presente, la responsabilidad hacia el futuro. (Claude B. Levenson).
(1) Imagen tomada de la web: //www.mexicomaxico.org/ donde puede apreciarse cómo era Tenochtitlan cuando fue conquistada por Hernán Cortés y donde actualmente se asiente México, D.F.
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“La meta define al viaje. Atrévete a buscar un horizonte más vasto; a ti te corresponde trazar el itinerario de tu viaje: éste tendrá la amplitud de tu deseo” (Schuwaller de Lubicz)
José Ortega y Gasset
Epónimo es el sustantivo con el que se designa un concepto, lugar u objeto y que deriva del nombre de una persona, habiendo sido utilizado ya tanto en la Atenas clásica como en la Roma republicana para designar los períodos según el nombre de su gobernante y, al día de hoy, continúa utilizándose en este mismo sentido en Japón, correspondiéndose el actual 2011 con el año 22 de la era Heisei del emperador Akihito; encontrándonos epónimos como Bolivia por Simón Bolivar o Colombia por Cristóbal Colón, pero no es de esto, en concreto, de lo que quería hablar.
Fue don José Ortega y Gasset, en 1910, con el aforismo: "Todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes” , quien sentara las bases de lo que luego se dio en conocer como la literatura de las "P" por englobar los principios formulados por Laurence J. Peter, Potter, Putt y C. Northcote Parkinson todos ellos orientados a desentrañar los entresijos de la jerarquización social, y así en 1957, y como resultado de su extensa experiencia en el British Civil Service donde pudo constatar que a medida que declinaba en importancia el imperio británico, el número de empleados en la Colonial Office aumentaba, Cyril Northcote Parkinson enunciaba la conocida como ley de Parkinson y que viene a describir que toda burocracia se sustenta sobre un principio fundamental: “el trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para que se termine”, principio, a su parecer, que deriva de dos factores innatos de cualquier sistema que se precie de burócrata:
a)“Un oficial quiere multiplicar sus subordinados, pero no sus rivales”.
b)“Los oficiales se crean trabajo unos a otros”.
En consecuencia, siguiendo a Parkinson, del literal de su libro, podemos extraer las siguientes consecuencias:
1ª) Toda burocracia aumentará cada año alrededor de un 5 por 100 con independencia de las variaciones en la cantidad de trabajo.
2ª) Cuanto más tiempo se disponga para hacer algo, más divagará la mente y más problemas serán planteados.
3ª) El trabajo se expande hasta llenar el tiempo de que se dispone para su realización.
4ª) Los gastos aumentan hasta cubrir la totalidad de los ingresos.
5ª) El tiempo dedicado a cualquier tema de la agenda es inversamente proporcional a su importancia.
Pero junto a la anterior y de la que hemos esbozados sus puntos fundamentales, Parkinson formuló otros igualmente fundamentales principios como la “ley de la dilación o el arte de perder el tiempo” y la “ley de la ocupación de los espacios vacíos”: por mucho espacio que haya en una oficina siempre hará falta, todas ellas extraídas de la observación cotidiana, mediante las cuales, al tiempo que se describe o pone de manifiesto una determinada realidad, se denuncia la falta de eficiencia del trabajo administrativo.
Guy Kawasaki
En 1969, el catedrático en ciencias de la educación, Laurence J. Peter, formulaba su conocido "Principio de Peter", -la nata sube hasta cortarse-, y que es deducido del análisis de las cada vez más complejas estructuras productivas que se sustentan en una progresiva acumulación de personal que tiene por único objeto remediar la incompetencia de los inmediatos superiores con el fin de mejorar la eficiencia de la organización hasta que, en el proceso de ascenso, los recién llegados alcancen su nivel de incompetencia, y del que se deducen los siguientes corolarios:
Con el tiempo, todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones.
El trabajo es realizado por aquellos empleados que no han alcanzado todavía su nivel de incompetencia.
En esta misma línea, ya en la década de los 90, el graduado MBA por la Universidad de Berkeley, Scott Adams, formuló su “Principio de Dilbert” en cuya virtud las compañías, sistemáticamente, tienden a ascender a cargos directivos a los empleados menos competentes para de esta manera limitar el daño que son capaces de provocar, libro que llegó a estar 43 semanas entre los más vendidos en las listas del New York Times y del que se vendieron más de un millón de ejemplares y sobre el que el propio Guy Kawasaki de la Apple Computer llegó a decir: “Hay dos tipos de compañías, las que reconocen que son exactamente como la de Dilbert y las que también lo son pero aún no lo saben”.